viernes, 5 de octubre de 2007

Recomendaciones III


La última gran película romántica que elogiaré es la adaptación de Joe Wright (director muy en boga en estos días por su película Atonement basada en otra obra literaria) de la novela de Jane Austen Orgullo y Prejuicio. No con la originalidad de Eterno Resplandor ni con la sombría y angustiante ternura de Al Otro Lado Del Mundo pero sí con una naturalidad y una viveza en cada uno de los personajes, la película brilla porque entrega justo lo que queremos ver: una historia de amor que nos hace anhelar ser sus protagonistas.
      En la Inglaterra de finales del siglo XVIII el matrimonio Bennet es un ejemplo más de una familia pudiente venida a menos. Con cinco hijas en edad casadera y ningún heredero varón, el panorama no es halagador. Es entonces cuando llega al pueblo el joven y adinerado Sr. Bingley con el aún más adinerado y apuesto Sr. Darcy. El primero queda prendado de Jane, la mayor de las hijas del Sr. Bennet y el segundo desarrolla una compleja relación con Lizzy, la bonita, sensata y orgullosa hermana de Jane. Es casi ocioso agregar que los encuentros de éstos últimos, sus primeras decepciones, su mutuo desagrado y su gradual y honesto enamoramiento son el núcleo de la historia.
      ¿Qué hace a la película diferente al resto de los romances que se ven en la televisión? A fin de cuentas, tenemos el amor “contra todo y contra todos”, la diferencia de clases entre los protagonistas, la villana arpía que quiere quedarse con la fortuna del noble Sr. Darcy, etc. Lejos de buscarle diferencias con los cánones del romanticismo televisivo, es precisamente su ortodoxia la que la hace fascinante y adictiva, como lo pueden comprobar los que saturan los foros de páginas relacionadas en Internet. Wright no busca adaptar la historia a la época actual o reescribir los diálogos para que suenen más al famélico lenguaje de todos los días. Él decide potenciar los rasgos humanos que Jane Austen tímidamente perfiló en su novela. En ésta o en la pobre adaptación de 1995 los personajes parecen más un puñado de caracteres literarios, figurillas de cartón intercambiables de libro a libro repitiéndose en todo momento, identificables en telenovelas pero nunca en nuestra vida. En Orgullo y Prejuicio (2005) no hay marionetas: Lizzy (interpretada con maestría por Keira Knightley, quizá el joven talento más prometedor en Hollywood) es jovial, despreocupada e irreverente; Darcy no es tan pedante como en el libro ni aprovecha cualquier pretexto para salir sin camisa como en la versión de 1995. Hasta el mismo Sr. Collins, que no pasaba de ser un mentecato sermoneador es ahora un divertido (por patético) pastor “de ligeros pies”.
      Orgullo y Prejuicio no es solamente una fórmula de historia romántica, así como desordenar el diccionario no es un poema. Es la acumulación de miles de pequeñas cosas bien hechas (una poderosa química entre los protagonistas, una fotografía bellísima, vestuario, detalles entre tomas, humor involuntario, etc.) y es algo más. En la última toma de la película, ante una aurora imponente, Darcy camina hacia Lizzy, extática. Sus frentes se tocan, sus ojos se cierran y los primeros rayos de la mañana iluminan la escena, como renovando todo alrededor. Una mujer del equipo de producción suspira. Desea que su vida sea así: Todos lo deseamos.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Un soneto de Novo

"Pienso, mi amor, en ti todas las horas
del insomnio tenaz en que me abraso;
quiero tus ojos, busco tu regazo
y escucho tus palabras seductoras.

Digo tu nombre en sílabas sonoras,
oigo el marcial acento de tu paso,
te abro mi pecho -y el falaz abrazo
humedece en mis ojos las auroras.

Está mi lecho lánguido y sombrío
porque me faltas tú, sol de mi antojo,
ángel por cuyo beso desvarío.

Miro la vida con mortal enojo,
y todo esto me pasa, dueño mío,
porque hace una semana que no cojo."

                                                Salvador Novo

¿Hay algo más que decirse?


martes, 4 de septiembre de 2007

Recomendaciones II


Al Otro Lado Del Mundo (The Painted Veil)

Esta vez hablaré de esta poco conocida adaptación de la novela corta de W. Somerset Maugham. La historia es por demás simple. En el Londres de 1923 el médico bacteriólogo Walter Fane (Edward Norton) conoce a Kitty (Naomi Watts). Él es tímido, inteligente y algo presuntuoso. Ella es una “niña” (sobrepasa los 25 años) mimada que solo quiere huir de su madre, quien ha perdido toda esperanza de casarla. Por razones de trabajo se mudan a Shanghai, donde ella se muere de aburrimiento. Es ahí donde conoce a Charlie, emblema del playboy cosmopolita que rápidamente la seduce. Al enterarse de la infidelidad, Walter fría y estoicamente se ofrece como médico voluntario en Mei-Tan-Fu, un pueblo con la peor epidemia de cólera en mucho tiempo. Su intención es castigar a su esposa (al casarse con ella ingenuamente había pensado que con el tiempo ganaría su amor) pero sobretodo buscaba su propia muerte. Se despreciaba a sí mismo “por algún día haberse permitido amarla”. Su estancia en esa pequeña choza, al borde del centro mismo del contagio se vuelve algo más que una mutua indiferencia. Ante la inminencia de la muerte, cada uno vive su día pensando en lo inmediato, en lo necesario. Ocurre aquí una transformación que en otros actores menos hábiles parecería una farsa. Casi sin advertirlo, ella reconoce el extenuante trabajo de su marido con los enfermos y los niños; él está demasiado cansado para alimentar su desprecio por ella, y en las noches de tedio observa la soledad de Kitty, su fragilidad, su mirada que suplica ser perdonada. Con un profundo conocimiento de las pasiones humanas, Maugham y Curran (director) nos muestran dos personajes fragmentados, autoinfligiéndose dolor en busca de que el otro termine con esto: salvación por el amor o por la muerte. Pocas veces el slogan de la película encaja a la perfección. “En ocasiones no hay viaje más grande que la distancia entre dos personas”. La brecha se cierra cuando Kitty le recuerda a Walter que “es tonto ver en las personas atributos que nunca han tenido”. En otra escena ella toca al piano una canción que Walter escucha, extático, pues es una melodía que atraviesa todos sus recuerdos, los une y suaviza y vuelve todo algo íntimo y familiar: el primer baile con Kitty, su traslado a Shanghai y hasta sus horas en silencio juntos en la aldea. El perdón llegó mucho tiempo antes y ellos se pueden amar en la húmeda noche por primera vez pues acaban de reconocerse y su mirada refleja el amor y la sorpresa del otro y la distancia entre dos seres nunca ha sido más irreal.
      ¿Es el amor un deber? “Deber -nos dice un personaje de la película- es lavar los platos todos los días. Pero cuando el amor y el deber son uno solo, la Gracia está contigo”. Walter y Kitty han encontrado esta efímera armonía en el lugar menos esperado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Recomendaciones I


¿Qué podemos ver los hombres cuando queremos y/o debemos ver películas románticas? La elección es difícil dado que la mayoría de éstas parecen estar hechas con el mismo molde: los protagonistas se enamoran a primera vista (variación: él es un completo cretino machote que con un solo gesto de amabilidad se gana a la virginal heroína), luego ocurren una serie de confusiones y malentendidos (o en su defecto una Guerra Mundial) que los separan para apretadamente terminar juntos a escasos segundos de los créditos finales. A menudo estas películas están aderezadas con diálogos que ni el mismo Corín Tellado osó escribir o con puntadas humorísticas que, desgraciadamente, escapan a nuestras viriles mentes pero divierten sobremanera a nuestras acompañantes.
      A pesar de todo esto, rescato unas cuantas historias que considero ajenas a toda particularidad de sexo, religión, cultura, etc. Ideales para verse en pareja y discutirse mucho tiempo después, estas películas abordan temas muy específicos del amor con, desde mi muy singular punto de vista, notable fortuna. Hoy sólo hablaré de una:

Eterno Resplandor De Una Mente Sin Recuerdos

Joel Barish descubre que su novia, Clementine Kruczynski, fue a un futurístico Centro Médico llamado “Lacuna” para borrar todas sus memorias de su relación con Joel. Desesperado, éste decide hacerse el mismo procedimiento, sólo que mientras sus recuerdos desaparecen progresivamente se da cuenta que aún la ama y no quiere olvidarla. Dejemos hasta ahí la historia. Su bizarría es el pretexto perfecto para que Michel Gondry (director) nos muestre escenas de una belleza inusual: ya que la mayoría de la película transcurre en la mente de Joel pasamos de playas nevadas a librerías que desaparecen a casas destruyéndose.
      Sin embargo, no es su aspecto visual su principal soporte. Todos hemos pasado por malas relaciones. El recordarlas nos hiere y desearíamos no haber pasado por todo eso. ¿Qué hacer si efectivamente es posible deshacernos de tan amargas experiencias? Perder un poco de nosotros, dejar de aprender. Más aún: en contadísimas ocasiones sucede que esa relación, tan desastrosa a posteriori, es más que una serie de desafortunados encuentros. Al repasar en su memoria, Joel no sólo encuentra pasajes amargos, sino momentos de ternura, de profunda intimidad. Lo grandioso de la película es que sus mejores momentos no son apoteósicos atardeceres o dramáticas reconciliaciones. Basta con una charla con las sábanas como techo, una noche en un lago congelado o una película en el auto-cinema para ver que su relación está hecha de minúsculos instantes de una emotividad infinita, uno evocando al otro y todos reconstruyendo la imagen de Clementine en Joel: frágil, hiriente, desafiante, evasiva, hermosa. El protagonista descubre que perder su recuerdo es perderse en la nada, en la no-vida. ¿La otra alternativa? La propia Clementine nos la dice. Todo volverá a repetirse, ella se aburrirá de su excesiva seriedad, se sentirá aprisionada. Él se decepcionará de ella, pues no es un concepto ni su “complemento”. Ella es sólo una “jodidamente compleja chica buscando su propia identidad”. Felicidad suprema: saber todo eso y aún así pensar que ella salvará tu mundo.
      En un momento de la película Clementine (que no es más que un producto de la imaginación de Joel, pues estamos en sus recuerdos) se da cuenta que pronto terminarán de borrar todas sus referencias y pregunta: “Esto es el final, Joel. Este recuerdo va a irse pronto.” “Lo sé –responde él” “¿Qué hacemos” “Disfrutarlo”. Y eso es lo que hice en toda la película.

viernes, 31 de agosto de 2007

Proyectos

¿Puede escribirse literatura con un proyecto en mente? Escojo la palabra “proyecto” con toda intención. La idea de Proyecto implica una petulancia casi insoportable del autor: escribe con la obra terminada en su cabeza, como si su conversión a signos gráficos fuera natural, gravitatorio. El poeta como un demiurgo que repite, incansablemente, obras perfectas y cerradas. Si la novela será exactamente como se planeó, ¿para qué escribirla? El Proyecto mata la obra. César Aira prefiera hablar de “ensoñación”, la lúcida visión de la otra orilla que obliga a escribir furibundamente hasta descubrir que su poema ya es otro del que soñó pues él mismo es otro al redactarlo. ¿Qué se ha escrito bajo un Proyecto? Guías telefónicas y catálogos. Hasta Joyce en el Ulises renuncia a jugar a Dios, permite la intromisión del azar y el Proyecto cede su paso a la Ensoñación que terminará en algo que no sabemos: la literatura se asoma al abismo casi por equivocación.

jueves, 30 de agosto de 2007

Todos somos Cervantes

Escribir para eventualmente divulgar lo escrito era una actividad discriminatoria por tradición. Poder publicar o no (tomando en cuenta factores históricos, sociales, geográficos, etc.) dependía, entre otras cosas, del nivel de conocimiento del tema del autor, de la reputación de éste, de la relevancia del asunto tratado para un grupo social determinado (que alguien edite un libro sobre los personajes femeninos de la novela cristera se justifica si hay académicos interesados), si la “grilla” en el mundo literario impide que se haga el libro, si hay una dictadura y el autor fue sumariamente ejecutado, si el escritor es un trepador y publica para subir y el que lo edita sube con él, etcétera, etcétera.
      Si por una increíble acumulación de coincidencias y/o habilidades (éstas últimas no siempre han sido necesarias para escribir) el libro sale a la luz, sigue el angustioso proceso de distribución. Si bien le va, la obra puede estar destinada a investigadores y su compra (reducida en número) está garantizada. También puede quedarse en librerías por un rato hasta que los ejemplares sean devueltos al editor.
      No es mi intención profundizar en estas ideas (el lector interesado en la cultura del libro puede leer los excelentes textos de Gabriel Zaid). Me interesaba asentar que, hasta hace poco, un mensaje cualquiera podía naufragar por no poder publicarse o no poder leerse. Pues bien, Internet nos ha convertido en potenciales escritores para millones de no tan potenciales y más bien reales lectores. No importa que ignore el tema y diga una bola de mentiras o que a nadie le interese el uso de la b labiodental en el poema A mi madre de Tiesito McCoy: yo escribiré alegremente y mi sarta de sandeces se publicará casi instantáneamente. Si tengo algo de suerte 500 personas lo leerán y qué importa si son más que una edición completa de “Muerte sin fin” y qué importa que se siga citando en huevonas tareas las arbitrariedades de Wikipedia y qué importa si tengo incontinencia verbal y todo lo voy soltando cual pedorrera de blog si todo se puede en Internet menos que el texto se quede en un borrador sin publicar... ¡oh, Dios nos salve!

martes, 28 de agosto de 2007

¿Niños alegres?

Uno de los personajes de "Cristóbal Nonato", novela de Carlos Fuentes, afirmaba que México era un país "de hombres tristes y niños alegres". La alegría y despreocupación del niño mexicano contrastaba con la angustia de su acomplejado padre. Sin ánimo de exagerar, pienso que en estos tiempos modernos el niño tiene sus propias razones para consultar un psiquiatra: hoy en día un niño(a) tiene acceso a sofisticadísimas computadoras, complejos celulares, ipods e iphones "chics", asisten a exclusivos gimnasios para infantes, se apresuran para llegar a tiempo a su clase de piano/canto/pintura/tap o vaya usted a saber qué; mientras las niñas se trauman con su peso y pelean salvajemente por ser la única Princesa de Disney de la fiesta.
      No sé si los niños eran más o menos felices que hace diez o veinte años. Sé que la exposición mediática era menor. Contemplo mi obsoleto celular comprado a regañadientes y siento nostalgia por el tiempo en que ver las "caris" de las 7 y jugar futbol hasta regresar bañado de sudor eran la única forma de pasar el tiempo.