
¿Qué podemos ver los hombres cuando queremos y/o debemos ver películas románticas? La elección es difícil dado que la mayoría de éstas parecen estar hechas con el mismo molde: los protagonistas se enamoran a primera vista (variación: él es un completo cretino machote que con un solo gesto de amabilidad se gana a la virginal heroína), luego ocurren una serie de confusiones y malentendidos (o en su defecto una Guerra Mundial) que los separan para apretadamente terminar juntos a escasos segundos de los créditos finales. A menudo estas películas están aderezadas con diálogos que ni el mismo Corín Tellado osó escribir o con puntadas humorísticas que, desgraciadamente, escapan a nuestras viriles mentes pero divierten sobremanera a nuestras acompañantes.
A pesar de todo esto, rescato unas cuantas historias que considero ajenas a toda particularidad de sexo, religión, cultura, etc. Ideales para verse en pareja y discutirse mucho tiempo después, estas películas abordan temas muy específicos del amor con, desde mi muy singular punto de vista, notable fortuna. Hoy sólo hablaré de una:
Eterno Resplandor De Una Mente Sin Recuerdos
Joel Barish descubre que su novia, Clementine Kruczynski, fue a un futurístico Centro Médico llamado “Lacuna” para borrar todas sus memorias de su relación con Joel. Desesperado, éste decide hacerse el mismo procedimiento, sólo que mientras sus recuerdos desaparecen progresivamente se da cuenta que aún la ama y no quiere olvidarla. Dejemos hasta ahí la historia. Su bizarría es el pretexto perfecto para que Michel Gondry (director) nos muestre escenas de una belleza inusual: ya que la mayoría de la película transcurre en la mente de Joel pasamos de playas nevadas a librerías que desaparecen a casas destruyéndose.
Sin embargo, no es su aspecto visual su principal soporte. Todos hemos pasado por malas relaciones. El recordarlas nos hiere y desearíamos no haber pasado por todo eso. ¿Qué hacer si efectivamente es posible deshacernos de tan amargas experiencias? Perder un poco de nosotros, dejar de aprender. Más aún: en contadísimas ocasiones sucede que esa relación, tan desastrosa a posteriori, es más que una serie de desafortunados encuentros. Al repasar en su memoria, Joel no sólo encuentra pasajes amargos, sino momentos de ternura, de profunda intimidad. Lo grandioso de la película es que sus mejores momentos no son apoteósicos atardeceres o dramáticas reconciliaciones. Basta con una charla con las sábanas como techo, una noche en un lago congelado o una película en el auto-cinema para ver que su relación está hecha de minúsculos instantes de una emotividad infinita, uno evocando al otro y todos reconstruyendo la imagen de Clementine en Joel: frágil, hiriente, desafiante, evasiva, hermosa. El protagonista descubre que perder su recuerdo es perderse en la nada, en la no-vida. ¿La otra alternativa? La propia Clementine nos la dice. Todo volverá a repetirse, ella se aburrirá de su excesiva seriedad, se sentirá aprisionada. Él se decepcionará de ella, pues no es un concepto ni su “complemento”. Ella es sólo una “jodidamente compleja chica buscando su propia identidad”. Felicidad suprema: saber todo eso y aún así pensar que ella salvará tu mundo.
En un momento de la película Clementine (que no es más que un producto de la imaginación de Joel, pues estamos en sus recuerdos) se da cuenta que pronto terminarán de borrar todas sus referencias y pregunta: “Esto es el final, Joel. Este recuerdo va a irse pronto.” “Lo sé –responde él” “¿Qué hacemos” “Disfrutarlo”. Y eso es lo que hice en toda la película.
1 comentario:
Vaya, se escucha bastante interesante la película, digna de una noche con la pareja, abrazados y disfrutando uno del otro... Espero poder verla pronto, gracias por la recomendación
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