jueves, 30 de agosto de 2007

Todos somos Cervantes

Escribir para eventualmente divulgar lo escrito era una actividad discriminatoria por tradición. Poder publicar o no (tomando en cuenta factores históricos, sociales, geográficos, etc.) dependía, entre otras cosas, del nivel de conocimiento del tema del autor, de la reputación de éste, de la relevancia del asunto tratado para un grupo social determinado (que alguien edite un libro sobre los personajes femeninos de la novela cristera se justifica si hay académicos interesados), si la “grilla” en el mundo literario impide que se haga el libro, si hay una dictadura y el autor fue sumariamente ejecutado, si el escritor es un trepador y publica para subir y el que lo edita sube con él, etcétera, etcétera.
      Si por una increíble acumulación de coincidencias y/o habilidades (éstas últimas no siempre han sido necesarias para escribir) el libro sale a la luz, sigue el angustioso proceso de distribución. Si bien le va, la obra puede estar destinada a investigadores y su compra (reducida en número) está garantizada. También puede quedarse en librerías por un rato hasta que los ejemplares sean devueltos al editor.
      No es mi intención profundizar en estas ideas (el lector interesado en la cultura del libro puede leer los excelentes textos de Gabriel Zaid). Me interesaba asentar que, hasta hace poco, un mensaje cualquiera podía naufragar por no poder publicarse o no poder leerse. Pues bien, Internet nos ha convertido en potenciales escritores para millones de no tan potenciales y más bien reales lectores. No importa que ignore el tema y diga una bola de mentiras o que a nadie le interese el uso de la b labiodental en el poema A mi madre de Tiesito McCoy: yo escribiré alegremente y mi sarta de sandeces se publicará casi instantáneamente. Si tengo algo de suerte 500 personas lo leerán y qué importa si son más que una edición completa de “Muerte sin fin” y qué importa que se siga citando en huevonas tareas las arbitrariedades de Wikipedia y qué importa si tengo incontinencia verbal y todo lo voy soltando cual pedorrera de blog si todo se puede en Internet menos que el texto se quede en un borrador sin publicar... ¡oh, Dios nos salve!

1 comentario:

Don Ampere dijo...

Así es, el internet ha traído el beneficio de la libertad de expresión, valga la redundancia, a su máxima expresión.

En internet todos somos libres de escribir acerca de cualquier menester, desde una mentada de madre hasta el nuevo Quijote.

Ahora todos somos escritores, sin embargo creo que no todos sabemos ser lectores, hay que saber distinguir entre lo que vale la pena y lo que es una burla a nuestro intelecto...

Saludos!