jueves, 20 de septiembre de 2007

Un soneto de Novo

"Pienso, mi amor, en ti todas las horas
del insomnio tenaz en que me abraso;
quiero tus ojos, busco tu regazo
y escucho tus palabras seductoras.

Digo tu nombre en sílabas sonoras,
oigo el marcial acento de tu paso,
te abro mi pecho -y el falaz abrazo
humedece en mis ojos las auroras.

Está mi lecho lánguido y sombrío
porque me faltas tú, sol de mi antojo,
ángel por cuyo beso desvarío.

Miro la vida con mortal enojo,
y todo esto me pasa, dueño mío,
porque hace una semana que no cojo."

                                                Salvador Novo

¿Hay algo más que decirse?


martes, 4 de septiembre de 2007

Recomendaciones II


Al Otro Lado Del Mundo (The Painted Veil)

Esta vez hablaré de esta poco conocida adaptación de la novela corta de W. Somerset Maugham. La historia es por demás simple. En el Londres de 1923 el médico bacteriólogo Walter Fane (Edward Norton) conoce a Kitty (Naomi Watts). Él es tímido, inteligente y algo presuntuoso. Ella es una “niña” (sobrepasa los 25 años) mimada que solo quiere huir de su madre, quien ha perdido toda esperanza de casarla. Por razones de trabajo se mudan a Shanghai, donde ella se muere de aburrimiento. Es ahí donde conoce a Charlie, emblema del playboy cosmopolita que rápidamente la seduce. Al enterarse de la infidelidad, Walter fría y estoicamente se ofrece como médico voluntario en Mei-Tan-Fu, un pueblo con la peor epidemia de cólera en mucho tiempo. Su intención es castigar a su esposa (al casarse con ella ingenuamente había pensado que con el tiempo ganaría su amor) pero sobretodo buscaba su propia muerte. Se despreciaba a sí mismo “por algún día haberse permitido amarla”. Su estancia en esa pequeña choza, al borde del centro mismo del contagio se vuelve algo más que una mutua indiferencia. Ante la inminencia de la muerte, cada uno vive su día pensando en lo inmediato, en lo necesario. Ocurre aquí una transformación que en otros actores menos hábiles parecería una farsa. Casi sin advertirlo, ella reconoce el extenuante trabajo de su marido con los enfermos y los niños; él está demasiado cansado para alimentar su desprecio por ella, y en las noches de tedio observa la soledad de Kitty, su fragilidad, su mirada que suplica ser perdonada. Con un profundo conocimiento de las pasiones humanas, Maugham y Curran (director) nos muestran dos personajes fragmentados, autoinfligiéndose dolor en busca de que el otro termine con esto: salvación por el amor o por la muerte. Pocas veces el slogan de la película encaja a la perfección. “En ocasiones no hay viaje más grande que la distancia entre dos personas”. La brecha se cierra cuando Kitty le recuerda a Walter que “es tonto ver en las personas atributos que nunca han tenido”. En otra escena ella toca al piano una canción que Walter escucha, extático, pues es una melodía que atraviesa todos sus recuerdos, los une y suaviza y vuelve todo algo íntimo y familiar: el primer baile con Kitty, su traslado a Shanghai y hasta sus horas en silencio juntos en la aldea. El perdón llegó mucho tiempo antes y ellos se pueden amar en la húmeda noche por primera vez pues acaban de reconocerse y su mirada refleja el amor y la sorpresa del otro y la distancia entre dos seres nunca ha sido más irreal.
      ¿Es el amor un deber? “Deber -nos dice un personaje de la película- es lavar los platos todos los días. Pero cuando el amor y el deber son uno solo, la Gracia está contigo”. Walter y Kitty han encontrado esta efímera armonía en el lugar menos esperado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Recomendaciones I


¿Qué podemos ver los hombres cuando queremos y/o debemos ver películas románticas? La elección es difícil dado que la mayoría de éstas parecen estar hechas con el mismo molde: los protagonistas se enamoran a primera vista (variación: él es un completo cretino machote que con un solo gesto de amabilidad se gana a la virginal heroína), luego ocurren una serie de confusiones y malentendidos (o en su defecto una Guerra Mundial) que los separan para apretadamente terminar juntos a escasos segundos de los créditos finales. A menudo estas películas están aderezadas con diálogos que ni el mismo Corín Tellado osó escribir o con puntadas humorísticas que, desgraciadamente, escapan a nuestras viriles mentes pero divierten sobremanera a nuestras acompañantes.
      A pesar de todo esto, rescato unas cuantas historias que considero ajenas a toda particularidad de sexo, religión, cultura, etc. Ideales para verse en pareja y discutirse mucho tiempo después, estas películas abordan temas muy específicos del amor con, desde mi muy singular punto de vista, notable fortuna. Hoy sólo hablaré de una:

Eterno Resplandor De Una Mente Sin Recuerdos

Joel Barish descubre que su novia, Clementine Kruczynski, fue a un futurístico Centro Médico llamado “Lacuna” para borrar todas sus memorias de su relación con Joel. Desesperado, éste decide hacerse el mismo procedimiento, sólo que mientras sus recuerdos desaparecen progresivamente se da cuenta que aún la ama y no quiere olvidarla. Dejemos hasta ahí la historia. Su bizarría es el pretexto perfecto para que Michel Gondry (director) nos muestre escenas de una belleza inusual: ya que la mayoría de la película transcurre en la mente de Joel pasamos de playas nevadas a librerías que desaparecen a casas destruyéndose.
      Sin embargo, no es su aspecto visual su principal soporte. Todos hemos pasado por malas relaciones. El recordarlas nos hiere y desearíamos no haber pasado por todo eso. ¿Qué hacer si efectivamente es posible deshacernos de tan amargas experiencias? Perder un poco de nosotros, dejar de aprender. Más aún: en contadísimas ocasiones sucede que esa relación, tan desastrosa a posteriori, es más que una serie de desafortunados encuentros. Al repasar en su memoria, Joel no sólo encuentra pasajes amargos, sino momentos de ternura, de profunda intimidad. Lo grandioso de la película es que sus mejores momentos no son apoteósicos atardeceres o dramáticas reconciliaciones. Basta con una charla con las sábanas como techo, una noche en un lago congelado o una película en el auto-cinema para ver que su relación está hecha de minúsculos instantes de una emotividad infinita, uno evocando al otro y todos reconstruyendo la imagen de Clementine en Joel: frágil, hiriente, desafiante, evasiva, hermosa. El protagonista descubre que perder su recuerdo es perderse en la nada, en la no-vida. ¿La otra alternativa? La propia Clementine nos la dice. Todo volverá a repetirse, ella se aburrirá de su excesiva seriedad, se sentirá aprisionada. Él se decepcionará de ella, pues no es un concepto ni su “complemento”. Ella es sólo una “jodidamente compleja chica buscando su propia identidad”. Felicidad suprema: saber todo eso y aún así pensar que ella salvará tu mundo.
      En un momento de la película Clementine (que no es más que un producto de la imaginación de Joel, pues estamos en sus recuerdos) se da cuenta que pronto terminarán de borrar todas sus referencias y pregunta: “Esto es el final, Joel. Este recuerdo va a irse pronto.” “Lo sé –responde él” “¿Qué hacemos” “Disfrutarlo”. Y eso es lo que hice en toda la película.